Anécdotas de librera: ¡nuevas historias especiales para alegrar el confinamiento!
¡Hola, lectora / lector! ¿Cómo llevas estas semanas de confinamiento? Sí, son días de emociones ambivalentes, propias de los escenarios inesperados, pero también de tiempo extra para la lectura y la reflexión.
Buscando material optimista para compartir en el blog encontré las últimas anécdotas de librera que con tanto gusto suelo reunir mientras estoy en mi librería itinerante. Te las dejo con el vivo deseo de alegrar el confinamiento y vernos prontísimo en la calle hablando de libros, felices de estar de nuevo al aire libre.
¡Ánimo, y que los libros sigan acompañándonos!
(1)
Una mujer recorre extasiada las mesas, eligiendo varios libros. Se decide por cuatro. Cuando va a pagar, me dice con una sonrisa enorme: “es que a mí, cuando me gusta un libro, me da cosita no tenerlo, por eso me los compro todos”.
(2)
Un chico de unos once años intenta convencer a su padre de que le compre un libro de género fantástico. El adulto me pregunta por el contenido, hojea el texto, lee con atención el sumario de la historia e incluso busca en su móvil referencias del autor. Mientras tanto, el joven es presa de una especie de trance: tiene la mirada agitada, sus manos tiemblan y la voz no le sale, anticipando lo que va a suceder. Cuando finalmente cuenta con la aprobación del padre cierra los ojos, suelta el aire y aprieta el libro fuertemente contra sí.
(3)
No es la primera vez que me pasa. Suelo leer mientras espero a los clientes y esa vez estaba con Los Crímenes de Oxford, de Guillermo Martínez. Realmente me había atrapado la historia de un asesino suelto entre profesores y estudiantes de matemáticas y llevaba más de tres cuartas partes del libro leídas. En un momento lo dejé sobre la mesa para atender a un lector. Cinco segundos después aparece una chica, lo coge y dice: “justo el que estaba buscando, me lo llevo”.
(4)
Se acerca un chico y me pregunta: “¿valen dinero estos libros?”
(5)
Un hombre joven con su pequeño al lado mira los libros y charla conmigo acerca de las lecturas que le gustan. En apenas unos segundos de conversación perdemos de vista al niño, que tendrá unos cuatro años. Con un gesto desesperado corre a buscarlo y regresa con él. “Listo, le voy a dar un libro para que me deje mirar”, dice. Y claro, el pequeño se entretiene y los dos se marchan con una lectura para disfrutar en casa.
(6)
Dos chicas se detienen a mirar los libros. Una se demora, curioseando los títulos. La otra se impacienta y hace gestos de querer marcharse. Entonces, la primera la aparta y le suelta a viva voz: “¡eso es lo que no me gusta de ti, que no lees nada!”.
(7)
Un hombre se acerca a la mesa y me extiende dos libros diciendo: “Te los compré el año pasado y me cambiaron la vida. Te los dejo para que los pongas en las mesas otra vez y ayuden a alguien más”. Los libros eran: Los Siete Poderes, de Álex Rovira y Dios vuelve en una Harley, de Joan Brady.
(8)
Después de pasar un rato curioseando en las mesas, un hombre elige un libro. Cuando va a pagar, afirma a media voz: “me llevo un libro, porque como están las cosas solo podemos leer”.
(9)
Una joven se acerca sonriendo a la parada: “vine para agradecerte que me recomendaras El Guardián entre el centeno. ¡Es un libro maravilloso! ¡Ya vendré luego a por otro!”
(10)
Veo a una señora que se aproxima a la mesa parpadeando. Una vez cerca, me habla: “ah, libros. Es que de lejos parecían pendientes”.
(11)
Una lectora asidua se confiesa admiradora del escritor Mario Benedetti y me dice: “el vicio de leer es como caminar bajo la lluvia. Al principio no lo sientes, pero cuando ya estás empapada, lo disfrutas…”
(12)
Si hay algo que me entristece es el rostro de un niño que pide un libro y su madre o padre le responde a quemarropa: “¡pero, si tú no lees!” Más de una vez lo he escuchado.
(13)
Y si hay algo que me alegra es el rostro absorto del lector que mientras camina, se queda con la mirada enganchada en la mesa de libros. Ajeno al mundo, sigue andando sin perder de vista los títulos hasta que el cuello no le da para más y tiene que mirar al frente para no tropezar. Entonces, parece que se ha despertado y sigue su camino.
Para terminar:
(14)
Un niño como de nueve años se para frente a la mesa y empieza a abrir los libros, uno tras otro, sonriendo. Su madre lo coge del brazo y lo detiene diciéndole “pero ¿qué haces?” Pícaro y sagaz responde señalando el letrero que identifica a la librería: “es que allí pone abre un libro”. Cómo me reí…
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¡Nos quedamos en casa para que la vida siga fluyendo! ¡Recibe un abrazo libresco!